martes, 11 de octubre de 2016

Me enamoré de ti...






              Al caer la tarde, la brisa empezó a dibujar roleos con el humo que exhalaba, como suspiros, un incensario ennegrecido y viejo. El sol se iba muriendo sobre un lecho de estrellas incipientes y le amortajaba con delicada ternura un atardecer vestido de tonos sepias. Yo la esperaba, como cada viernes, entre las sombras mortecinas de aquella callejuela triste, donde la algarabía de la infancia y los primeros juegos ya eran solo un hermoso recuerdo.
            Me había vestido de domingo, no se si con la ingenua esperanza de que te fijases en mí o simplemente, para disimular el candor festivo que coloreaba mis mejillas. Un murmullo luminoso de velas plañideras comenzó a teñir de sombras las desportilladas paredes y a través de los viejos visillos de las ventanas se intuían dolorosas ausencias. Tú venías recogida entre en el bullicio mudo de la gente, que anunciaba tu llegada como una buena nueva y yo, me azoraba imaginándote hermosa y dulce, como la última vez que fui a verte y al marchar, dejé colgando de la aldaba de tu puerta un ramillete de esperanzas.
           
              Me enamoré de ti, como un chiquillo, la primera vez que te vi. Imaginaba que algún día, como hoy, te esperaría a la puerta de tu casa y recorreríamos juntos las viejas callejuelas que, también como hoy, recorres siempre con esa elegancia que hace que hasta la luna  empequeñezca a tu lado. Te escribía versos, que nunca te enviaba y cartas de amor que alguna vez fueron el tallo de una de las rosas que adornaron tu belleza serena y triste. Me afligía tu dolor, la pena que te cubría el rostro como un velo negro y sin pretenderlo, anhelaba ser pañuelo de consuelo y nana de arrullo para ti, mi amor. Componía canciones con los tañidos de las campanas que te anunciaban y bebía los vientos que desparramaban sobre tu ropa los besos que nunca he llegado a darte, esos que mueren añorando tu mejilla, con una agonía como de copos de nieve sobre teas ardientes.

             Y aprendí a amarte en silencio, a esperarte, con mi traje de domingo, en una callejuela triste y a murmurar tu nombre cuando, al pasar frente a mí, levantas tus ojos inundados de lágrimas de Madre dolorosa…MORENICA.