Qué mejor forma de despedir
noviembre que recibiéndote, Señora.
Vienes del
sur, de una tierra que respira pasión y arte por todos los poros de su piel.
Traes luz en tu mirada del color del mar y ceñido al talle, serpentea el fuerte
y cálido levante. Hueles a azahar y brisa mansa. Suenas al golpe de la gubia y
al bramido de las olas cuando rompen contra el
espigón. Sabes a sal y a dulce de yema. Eres, sin lugar a dudas, fruto
del amor, en el más amplio sentido de la palabra… el amor de aquéllos que te
hicieron surgir de un bloque de madera sin más herramientas que sus manos y su
sensibilidad, el amor de una cofradía humilde que te imaginó desde sus inicios y
el amor de los que te hemos soñado en la distancia durante tanto tiempo.
Vienes para
quedarte, para asentar Tus pies en esta tierra que te acoge como a una madre,
con su abrazo frío y su caricia tibia. Quizás extrañes al principio, pero no
temas, pues te cobijarán entre sus muros las Hermanas Concepcionistas y te
arroparán con sus cálidos mantos de devoción y fe, pues aquí las noches son
largas y frías, la brisa tosca y la nieve copiosa, incluso en primavera. Verás
como, con el tiempo, acabarás acomodando tu cabeza en el regazo de esta ciudad
que te lleva esperando mucho tiempo y, casi sin darte cuenta, te quedarás
dormida en el arrullo de una saeta en la calle Teatro, Madre. Escucharás, como
en un sueño, el raseo de tus braceros y te acunará la cadencia de una puja
sutil y dulce, que es como los leoneses pujan a la Reina de los Cielos. Te
embriagará el aroma de las flores que rozarán tus pies como el suspiro de un
niño y acariciará tu hermoso rostro un haz de luna osado y galante, como un
querubín del cielo. Y empezarás a saber a romero y torrijas. Y seguirás siendo
fruto del amor de Ana y Ángel, pero brotarás como una flor de primavera en el
corazón de este pueblo, que te esperó con la impaciencia de un enamorado y te
abrirá sus brazos como las ramas de un árbol frondoso.
Vienes para
iluminar con la Luz
de tu advocación las tinieblas que tantas veces no nos dejan ver el camino que
ha de llevarnos hasta Tu Hijo. Caminarás despacio y te seguiremos con luces de
velas y brisas de incienso. Y cuando te sientas desfallecer por el dolor, te
ofreceremos nuestro amor para que arranques la angustia de tu pecho y la
esperanza brote en tu corazón como una rosa fresca, Madre. Y cuando el relente
de la primavera leonesa cubra tu hermoso rostro como un velo helado,
calentaremos nuestras manos en el fuego de la Vigilia Pascual para acariciar
después tus mejillas sonrojadas. Serás, Señora, la esperanza de los que han
perdido la fe, la fe para aquéllos que han perdido la esperanza…
Vienes para
quedarte y yo, que te he esperado tanto tiempo, arrojo mis palabras como un
guante de duelo a todos los leoneses y todos los cofrades para que acudan a
recibirte. Por que sé que, cuando te vean, estas palabras se diluirán en el
húmedo riachuelo de la emoción de contemplarte y entonces, entenderán que no hace
falta decir más…