jueves, 25 de septiembre de 2014

Carta abierta a un papón...





           No te conozco. No he cruzado contigo ni una sola palabra pero a pesar de ello, te siento como un hermano más. Sé que tu nombre es Miguel y tu apellido es el de una saga de papones que han hecho de su pasión, música, como tú. Sé, porque tus tíos Carlos, Javier y Ana se han encargado de ello, que alrededor de tu causa se ha tejido una hermosa bufanda de solidaridad y fe que se ha ido enredando a tu cuello como un abrazo fraternal, como una vaharada de esperanza que se eleva al cielo como incienso cofrade. Sé que Dios siempre ha estado a tu lado, a la cabecera de tu cama, y su Santísima Madre ha arropado tus silencios con una delicada manta de cariño. Sé que con el paso del tiempo irás adquiriendo conciencia de cómo has sido capaz de aunar conciencias y sentimientos en torno a ti, pero eso, querido hermano, no sólo te hace grande a ti, sino a todos aquéllos de una u otra forma siguen pensando que la Semana Santa es muchísimo mejor de lo que creemos o de lo que nos hacen creer.


            No te conozco, pero te puedo intuir en cada gesto de amor de Carlos y Ana, en cada derroche de dulzura de Javier con su pequeña princesa de ojos festivos. Te puedo ver en la fe de una familia que se derrite como un cirio cuando eleva su oración a un Cristo Cautivo y a su  bendita Madre de la Divina Gracia.  No te conozco y es como si te conociese, cuando veo tu perfil en una fotografía, recortándose junto a ese Cristo moreno que siempre me envuelve de añoranza, cuando bajo la mirada al contemplar su dolor reflejado en el tibio amanecer de un Jueves Santo. No te conozco, Miguel, pero me siento inmensamente feliz porque has vencido y porque tu lucha ha sido un poco la de todos los que, conociéndote o sin conocerte, hemos rezado y hemos creído, como tú.

            Ahora disfruta de nuevo de cada momento, de cada palabra, de cada gesto y de cada golpe de baqueta. Siente con renovada ilusión la brisa de la primavera, ésa que hace tañer las campanas de la Iglesia del Mercado, que juega como un querubín risueño con los bordados de la túnica del Señor de León y peina con sus hebras de luna nueva el cabello de Virgen del Desconsuelo. Y sobre todo, aférrate a ese ejemplo de amor que tus tíos nos han regalado, haciendo que una vez más nos sintamos orgullosos de ser cofrades y hermanos…

            Que sea enhorabuena, Miguel.