A Laura, in memoriam
Hace apenas unos días se nos atragantaba el
atardecer al conocer el fallecimiento de una joven integrante de la Banda de
Cornetas, Tambores y Gaitas de la Real Hermandad de Jesús Divino Obrero. En
circunstancias tan tristes como éstas, cuando alguien que tenía toda la vida
por delante se va como en un suspiro, uno se plantea si verdaderamente damos
importancia a esas pequeñas cosas que la vida nos regala o preferimos seguir
persiguiendo costosas quimeras. Durante los días que dura el duelo o la
impresión, abrazamos, besamos, acariciamos y escuchamos mucho más de lo que
habitualmente lo hacemos, pero desgraciadamente, como los peces, olvidamos al
poco tiempo todas esas buenas intenciones y volvemos a caer en el profundo
sueño de la conciencia colectiva… hasta que otra estrella vuelva a iluminar con
su brillante luz la noche de los tiempos.
Yo,
a veces me pregunto si habrá procesiones en el cielo. Y ante la falta de
respuesta, imagino cómo serán, porque en el placer de imaginar encuentro la
dicha de ver aquello que el corazón me muestra. Quizás sea ese el motivo por el
que todos los que amamos la Semana Santa, nos imaginamos, al menos una vez cada
día, una estampa de esa pasión que nos une bajo un palio de primaveras incipientes.
Así que, imagino un cielo de estrechas calles por las que una procesión avanza
con la lentitud de las horas tristes. Tres querubines con mucetas de hilos de
nube abren el cortejo con la Cruz y los faroles, y tras ellos, una pendoneta de
difuntos. De los balcones penden haces de luna con crespones negros y las
farolas desprenden tenues suspiros de luz de vela. Se suman al cortejo cofrades
de todos los lugares que reconocen, cada pared y cada casa, como las mismas que
en otro tiempo recorrieron, ataviados con las túnicas de sus hermandades y
cofradías, a las que el anochecer celestial ha teñido de un color común, para
hermanarlos a todos aún más. Costaleros,
braceros, portadores…se enfrascan en una disputa dialéctica sobre cuál es la
mejor manera de llevar un trono, hasta que el toque de una corneta les anuncia
la inminente salida de ese Cristo o esa Virgen que, incluso en el cielo, les
sigue pareciendo inmensamente hermosos. Los músicos de Dios ya han tomado
posición en el cortejo, y ya han hecho un hueco más para Laura, como lo harán
para quienes, por expreso deseo de Dios, volverán un día a hacer sonar sus
instrumentos por esas calles de un cielo que, ahora sí, empieza a oler a
incienso y cera tibia. Y quizás, al contemplar la diadema con la que adorna
María Santísima su cabeza, comprenderemos una vez allí, porque Dios nos regala
una luna llena y nos roba las estrellas para adornar con ellas esa tiara de
Reina y Madre…
Sí,
seguramente habrá procesiones en el cielo, Laura, y papones de acera, y saetas
desgarradoras, y cangrejeros, capillitas, y cuando el cortejo te dé un respiro,
te asomarás a contemplar a través de la cúpula del cielo cómo resucita un
Cristo de Víctor de los Ríos cada Domingo de Pascua, y las palomas te acercarán
en su pico los besos de aquellos que te añoran. Sí, seguramente habrá un cielo
cofrade para todos, seguramente ya estarás en él, esperando ese momento de
volver a coger la gaita y tocar para Él… Seguramente allí nos conoceremos y
juntos continuaremos con nuestro sueño, pero hasta entonces:
Descansa
en paz.