La noche del sábado, 23 de
febrero de 2013, quedará para siempre en el corazón de éste que escribe. Haber
podido colaborar en la presentación del nuevo disco de la Agrupación Musical
Santa Marta y Sagrada Cena, “A los Sones de un Sentimiento”, con un Auditorio a rebosar y expectante, fue
un honor y un privilegio que difícilmente podrá encontrar parangón, salvo en el
almibarado sueño de llegar, algún día, a pregonar la Semana Santa de mi ciudad o
Mantener la Ronda Lírico
Pasional de mi querida Cofradía del Santo Cristo del Desenclavo, hechos ambos
que, como digo, no van más allá de un hermoso sueño, del que seguramente nunca
despierte. Esa noche descubrí una nueva forma de amar la Semana Santa, a través
de los ojos de un niño que apenas conocía, pero que me regaló la oportunidad de
soñar con él primaveras nuevas. Encontré en el acogedor regazo de unos
alabarderos la inspiración suficiente para enfrentarme a mis miedos y mis
limitaciones y, en su confianza y la de mi familia, la recompensa a la
inquietud de no saber si llegaría a estar a la altura de las circunstancias.
Hoy,
con el sosiego de la distancia y la calma de la primavera, quiero hablar de
sentimientos, pues para hablar de sones, ya hay en el panorama musical
cofrade oídos más despiertos y entendidos que los míos. Por eso, prefiero no
pecar de pretencioso y escribir sobre lo que siento que, al fin y al cabo, es
personal e intransferible. Así, evitaré el error de juzgar sin saber.
Conocer
de primera mano la ilusión de ese grupo de músicos, su trabajo, su dedicación,
sus sueños… ha sido una experiencia tan gratificante, y me ha aportado tanto a
nivel personal y cofrade, que sería injusto guardármelo para mí solo. Negar la
debilidad que siempre he sentido por esta Agrupación Musical sería un acto de hipocresía
por mi parte, pero también es de justicia abrir los ojos a todos aquéllos que
sólo ven en ellos esos sones que elevan al cielo con la delicadeza de una rosa
y la dulzura de un algodón de azúcar. Son más que eso, mucho más. Estos
alabarderos de La Cena han sabido transformar su pasión en una forma de vida.
He sido testigo y objeto de su generosidad, de la hospitalidad que brindan a
todo aquél que se acerca a su sede para compartir con ellos una tertulia, un ensayo
o, simplemente, una cerveza fresca. Están y son un punto de apoyo para quien
necesita un hombro al que aferrarse, cuando el pesado trono de la vida te
hace doblar las piernas. Arrancan las notas de una marcha con la ilusión del
adolescente que busca respuesta a su primer amor en los pétalos de una
margarita. Han conseguido, a fuerza de intentarlo, hacer de la música una razón
y de la Semana Santa un motivo para seguir creyendo. Son y están, siempre, para
ayudar a cualquiera que lo pueda necesitar…algo que hoy en día es tan necesario
como el aire que respiramos.
Estoy
seguro de que hay más ejemplos como ellos en nuestras hermandades y cofradías,
pero, como dije al principio, juzgo lo que conozco. Si dedicásemos un poco de
nuestro tiempo a conocer por dentro muchos de los colectivos que forman parte nuestra
Semana Santa, probablemente, aprenderíamos a apreciar mucho más la inmensa
fortuna que tenemos y a valorar en su justa medida el esfuerzo de todos ellos.
Gracias por todo, alabarderos.